Hablando con un amigo sobre fronteras, el libro de Bryan Caplan y el famoso vídeo de las bolas, para explicar la inmigración, que no puedo soportar, me quedé pensando qué era lo que realmente me afectaba. Días después revisé un poco lo comentado.
Como he dicho otras veces, para mi, la inmigración tiene tanto sentido moral como económico: como expliqué en la idea 31. No solo creo que las fronteras no ofrecen orden sino sufrimiento, es que además creo que el argumento de “no entramos” es un homenaje suicida a Malthus. Es mentira, vaya. No solo es que “entramos” en cualquier país sino que además si alguien de mi generación, o alguna posterior, quiere pensión al jubilarse debe empezar a pensar quién se la va a pagar y no parece que la vía de la natalidad la estemos aprovechando en España. “¿Quién se lo va a pagar?” no es retórica, es así, vivimos en un sistema en que nosotros estamos pagando la pensión de nuestros padres y nuestros hijos tendrán que pagar la nuestra. ¿Maddoff? Sí.
Como decía antes, hablando de fronteras, a mi lo que realmente me “corroe” es un niño en el Mediterráneo y la Meloni de turno pensando a dónde puede mandarle. A mi eso me avergüenza como europeo. Pudor y justicia, reclamaba Protágoras para la Atenas de Pericles, lo mismo reclamo yo para esta vieja Europa. El pudor nos tiene que hacer dar prioridad al niño que jamás pidió estar ahí. ¿Y después qué?
Después un trato mundial o europeo. Sencillo, de dos páginas, en el que si un niño menor de 14 años, por ejemplo, se presenta en un hospital, el que sea de Europa, pueda ser atendido. No es difícil, en España pasa y debería ser nuestro mayor orgullo. Estás enfermo y todavía no has podido elegir, ni dónde ni cómo quieres cuidar tu salud, necesitas ayuda. Y creo que la podemos ofrecer, es en eso, donde debemos gastar los primeros euros que “retenemos” cada mes como contribuyentes y eso todo el mundo lo entiende.
Alejandro de León