¿Y si los sofistas no fueron los malos de la película?

Resumamos cómo se estudian a los sofistas actualmente en dos líneas: había una persona, Sócrates, maestro de Platón, que se dedicaba a hablar a los sofistas porque no creían en la razón como fin último. Sócrates terminaba humillando a los Gorgias y Protágoras de turno. 

Hace falta decir, que filósofos de la talla de Hegel, Nietzsche, Russell o Popper defendieron la figura de los sofistas. A veces me pregunto si solo cayeron en desgracia por recibir dinero a cambio de funcionar como profesores. ¿Algún enemigo del comercio en la sala? Creo que no hace falta que dedique  una de mis ideas a plantear que si cobrar por dar un servicio es mejor que no cobrar por dar un servicio. Y digo mejor para el que lo da como para el que lo recibe, conste en acta. 

Tras descargar parte de mi indignación por el “talibanismo” pro-Sócrates, procedo con mi idea: ¿por qué no enseñar retórica en los coles? 

A simple vista, ¿qué nos podría aportar?

  1. Nos ayudaría a entender la complejidad del mundo. Ser conscientes de lo difícil que es decir “esto es blanco” y “esto es negro”, o incluso ¿es una recta euclidiana realmente recta? Ya sabemos que no, que el mundo no es blanco o negro, es un gris profundo; es más, creer en el blanco o en el negro es propio de un populista o de un vago. 
  1. Nos ayudaría a explicarnos mejor. A veces el problema que tenemos es de, como dicen en inglés, delivery. Nuestro producto no es malo pero no lo sabemos vender. La comunicación es fundamental y “los límites del lenguaje son los límites de nuestro mundo” (Wittgenstein).
  1. Sería una buena manera de defender una idea aunque no sea tu ideal de “defensa”. Ejemplo, te toca defender que estás a favor del aborto, aunque realmente estás en contra, y esto te ayuda a empatizar con el de enfrente y a ser creativo en tu argumentación.

La retórica nos permite desarrollar pensamiento crítico y nos aleja del dogma, que no es poco. Porque pensar que solo con la razón puedes vivir es un dogma también.

Retórica en los coles, ya. 🙂

Alejandro de León

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