Sobre las diferentes religiones en un territorio y sobre la tolerancia

“Puesto que el hombre es siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa”. Ratzinger

A riesgo de que esta idea sea coincidente con aquella sobre el esfuerzo para la concordia, quiero hacer de esta un pequeño homenaje a Joseph Ratzinger, el único Papa que realmente he admirado, desde mi profundo agnosticismo.

Y yo admiré la labor de Ratzinger porque, en mi opinión, es el Pontífice que mejor entendió, e intentó a su vez, explicar cuáles son las reglas dentro de una casa, como extensión de la propiedad privada, y cuál debe ser el respeto por la casa del de enfrente. A años luz en madurez intelectual de Francisco, Ratzinger jamás ofendió al rico por ser rico, al guapo por ser guapo, ni al blanco o al negro, por ser eso mismo, blancos y negros. Ratzinger jamás victimizó a ningún pobre de espíritu, ni le prometió que sería el primero de nada, aunque ahora sea el último. El sermón de la montaña, con todo respeto, el de Jesús o el de Pablo Iglesias, es el de la promesa de algo que no sabemos si va a pasar. Yo prefiero al Papa que indica al prójimo lo que él considera que es el mejor camino, sea el que sea, para ganarse la vida antes que prometer nada.

Ratzinger, además, indicó que era el mercado, el libre mercado donde nadie se queda fuera siempre que uno se afane en prestar un servicio con cierto valor añadido. Si el coche eléctrico vale 100.000 euros, la gente no consumirá, si la placa fotovoltaica cuesta 50.000, nadie las tendrá en el techo de casa, etc. Es importante recalcar que en la mayoría de casos, será por no poder, más que por no querer. Pero es aportando un valor añadido cuando el mercado, y ese compendio de desconocidos, te pagan por el sudor de tu frente o por la suerte que has tenido. Si vendes leche a 50 céntimos o jamón york a 99 cts, nadie se va a preocupar de si eres hombre, mujer, blanco o negro y ahí es donde Ratzinger tuvo tanta razón y escribió tan sábiamente en “Caritas in veritate”. Él quería la paz, no quería una paz sin ricos como quiere Francisco, más bien quería una paz sin pobres, es decir, la paz en toda su extensión.

No tengo dudas de que ha cometido errores, de que habrá tenido opiniones en las que yo estoy en profundo desacuerdo, pero el “jefe” de 1.000 millones de personas fue tan valiente de pedir a la gente que se haga útil para disfrutar de privilegios y de pedirles también que confiaran, sin parar, los unos en los otros. Del imposible “amaos los unos a los otros” pasó el “confiad los unos en los otros”, movimiento, a mi juicio, ganador. D.E.P.

Alejandro de León

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