Como diría Gustavo Bueno, no tenemos otra manera de comenzar más que “por el principio”.
¿Qué es el Pacto de Toledo? De Wikipedia, tomo esto:
“Se denomina Pacto de Toledo a la aprobación por el pleno del Congreso de los Diputados de España, durante la sesión del 6 de abril de 1995, del documento previamente aprobado por la Comisión de Presupuestos el 30 de marzo de 1995, referente al «análisis de los problemas estructurales del sistema de seguridad social y de las principales reformas que se deberán acometer».
Con el objetivo de excluir de la controversia partidista al sistema de protección social y encuadrarlo dentro de un debate político más sosegado y de amplio calado que permitiera alcanzar el máximo nivel de acuerdo como garantía de la eficacia y la perdurabilidad de las reformas, se creó en el año 1999, en el Congreso de los Diputados, una Comisión no permanente de seguimiento y evaluación de los acuerdos del Pacto de Toledo, que se reúne cada cinco años y que como su nombre indica tiene por objeto el seguimiento del sistema de pensiones y la propuesta de recomendaciones para el mantenimiento y mejora del sistema.”
Da gusto leerlo. Parece el lado bueno de Rousseau.
Y ahora me pregunto, y seré breve: ¿cómo es posible que no tengamos más pactos como el de Toledo que nos excluyan de la “controversia partidista”? Pienso en Educación, ¿cuándo dejaremos de usar las LOGSE, las LOEs y LOMLOEs, o como se llamen, como un ariete para ganar votos? ¿Hay una batalla cultural más rastrera que la batalla cultural financiada con el dinero del contribuyente y dirigida a un menor que “pasaba” por allí? Lo mismo con la Sanidad, con el déficit, con el superávit, con la asistencia social, etc. Creo que tenemos que superar a los Estados al estilo que Borges lo soñó, y me da la sensación de que primero tenemos que superar a los partidos mientras escribo esto.
Jamás oí decir nada, que no estuviera altamente politizado, a Irene Montero salvo una vez que dijo que el Pacto de Toledo debería grabarse y emitirse. ¡Chapeau!
Recuerdo mis años en Suiza cuando mis amigos suizos no sabían el nombre de su gobernante y parecían incultos por ello. Ahora diría lo contrario, era un país tan educado y culto que no sabían el nombre de sus gobernantes, ni de sus partidos. Curioso viaje el que me ha tocado hacer aquí.
Alejandro de León